Ni él sabía por qué le llamaban Paquete, pero su apodo ha llegado a dar nombre a un bar auténtico, de esos en los que se come en la barra mientras se comparte un vaso de vino dulce con los vecinos. Historias de la mar frente al puerto pesquero que se las lleva el Levante —cuando sopla— y que se quedan guardadas en este rincón de Barbate que fundó en 1961 Manuel Cabeza. Este barbateño quiso continuar el legado de su padre, regente de un bar en la calle Río viejo y se instaló en un camino, a escasos metros de las aguas del Estrecho y del pinar, enclavado en el parque natural de La Breña y Marismas del Barbate, por el que antaño cruzaban los arrieros con sus mulos.
“Aquí cogían la arena para las obras de construcción de las casas del pueblo. Yo eso lo conocí”, dice Juan López Moreno, barbateño de 58 años que, con apenas 12, entró en esta especie de quiosco “con mucha historia”. Sentado en una de las mesas de la terraza, cerca del recinto donde ya están montando las casetas de la Feria del atún, que arranca el 26 de abril, el hostelero recuerda cuando “todo era de tablas y de caña y los mulos se amarraban a esos palos”.
Por entonces, el bar se llamaba Trasmallo, como lo bautizó su fundador, y solo ofrecía vino y “café de maquinilla de aluminio”. Allí se acercaban los marineros que atracaban en el puerto sus embarcaciones de trasmallo para reponer fuerzas antes de continuar con la faena. Tomaban su café y su chusco de pan y volvían a la carga. En las retinas de aquel niño casi adolescente quedaron grabadas escenas que “no se me olvidan en la vida”.
Juan menciona un muro de piedra con trozos de alambre ya inexistente por los que observaba a los carabineros que en aquella época controlaban el puerto. “Uno de ellos hizo un boquete en la reja para que le sirviéramos. Me pedía una manzanilla porque, como había gente no podía beber, y yo le echaba vino blanco con una cuchara. Se cogía unas tajadas”, cuenta a lavozdelsur.es entre anécdotas.
En 1988, Manuel se jubiló y le cedió el negocio a Juan, que tras convertirse en autónomo, decidió cambiar el nombre y bautizarlo como Paquete, en honor al hombre junto al que había crecido. “Entonces venían menos arrieros, pero seguían viniendo”, comenta mientras una pareja mastica la comida que el barbateño introdujo desde que tomó las riendas del bar.
Una tapa de morena en adobo, pescaíto frito que ahora se cocina en el local reformado. “Como era todo de tablas, aquí pega mucho el Levante y la caseta se tumbaba, por eso lo puse todo de ladrillo por dentro”, explica.
En el Paquete se palpa el agua salada, la brisa y las sirenas de los barcos que llegan al puerto. Ambiente marinero donde comer caballas, lenguado, cazón, chocos, chipirones, huevas, merluza. “Hoy he comprado tres cajas de boquerones, espectaculares, fresquito todo”, dice Juan que, en su mayoría, compra el pescado a la flota pesquera. “Hay cosas que no están en el puerto y es congelado, todo fresco no puede ser, claro está”, dice el hostelero.
Aunque en la cocina “todo es frito”, prepara el pescado a la plancha con gusto si los clientes se lo piden. Pero la tapa estrella, esa que su sobrino no para de llevar a cada persona que entra por la puerta es la morena en adobo. “Dicen que es la mejor”, dice risueño este barbateño que también ofrece los caracoles “muy buenos” que hace Willy, que tiene un cuerno de oro en la pared. Una broma que alaba ese arte que tiene para que estos moluscos salgan de rechupete.
Juan saluda a un grupo de vecinos que juegan al dominó en “su rinconcito”. “Viene mucha gente de la mar, la mayoría, ellos son la clientela de diario. Son marineros jubilados que echan la mañana con su cigarrito y su vinito rebujado”, dice mostrando un gesto de cariño a los asiduos.
Algunos dan un sorbo a un vaso de vino que se mantiene en una barrica con más de 150 años procedente del bar del padre del fundador. Marchando media de chocos y otra tapita de morena. Es casi la hora de comer bajo un cielo despejado en este bar que la semana que viene estará a rebosar.
Durante la Feria del atún, “esto se peta”. Según cuenta el hostelero, muchos vecinos acostumbran tanto en este evento como en la Feria del Carmen a comer pescaíto frito en este lugar que cuenta con seis personas —camareros y cocineros— entre semana y 14 los fines de semana.
Con más de 60 años de vida, el Paquete se consolida como uno de los pocos en los que degustar morena. Un bar de pueblo, caracterizado por la acogida de su gente, siempre con una sonrisa.
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