Cuando conceptos como ‘turismo rural’, ‘senderismo’ y ‘paraíso interior’ ni siquiera habían nacido en la mente febril de algún concejal o publicista, cuando esos ediles y creativos actuales aún no habían nacido, Grazalema ya era una leyenda del escapismo en la provincia de Cádiz.
El bellísimo y cuidado pueblo serrano, con sus casas alineadas con pulcritud, ya era hace 40 años el lugar al que ir, en el que perderse, con el que soñar. Da igual si el forastero llegaba con los compañeros de clase o grupo religioso, con la familia o en pareja. Quedaba fascinado y se empecinaba en volver y volver.
Fue por aquel tiempo pionero, en 1984, cuando nació Cádiz El Chico, un restaurante reconvertido en institución en el bullicioso centro de un pueblo escarpado y encalado, colmado de tejados siameses a dos aguas.
“El nombre viene de que el pueblo llegó a tener sobre 10.000 habitantes, hace casi dos siglos. Era el sitio en el que estaban los juzgados, el notario, médico… Era como una pequeña capital en la Sierra y se le puso ese sobrenombre, la gente decía que iba a Cádiz El Chico cuando iba a Grazalema”, detalla Loli Gómez con algo de orgullo histórico.
Su padre, José Gómez Rojas, Pepe el de la piscina para siempre, se había hecho antes un gran nombre en la comarca como responsable del restaurante y la zona recreativa de la villa turística de la localidad (con la única piscina pública del entorno, de ahí su mote). Al frente de su restaurante y del recinto atendió durante casi dos décadas a miles de familias de toda Andalucía durante los veranos.
Tanta fue su capacidad organizativa, su esfuerzo y su influencia que llegó a crear una fiesta que se incorporó, ya para siempre, al calendario oficial local: el día de los disfraces. Eran tan célebres y celebradas las fiestas familiares que una de ellas se quedó para siempre como día de cierre de las festividades patronales del verano grazalemeño.
El recordado y admirado Pepe decidió hace 39 años mudarse al centro, desde la piscina, y crear un restaurante familiar que se ha convertido en un atractivo dentro de una localidad llena de motivos para ir, quedarse y volver. Inicialmente compró una finca, del siglo XVIII, pero pronto se quedó pequeña y adquirió la contigua.
Fundió ambas casas con gran eficacia y gracias a ese empeño hoy Grazalema, la Sierra, tienen uno de los restaurantes más célebres con unos de los comedores más amplios y una de las cocinas más extensas de toda la provincia.
El próximo año 2024 está prevista la celebración del XL aniversario con una pequeña fiesta, "algo haremos" dice Loli sonriendo, en la contigua plaza de España. "Estamos hablando con el Ayuntamiento, a ver si puede ser una carpa, invitar a un arroz a tantos vecinos y amigos que nos han acompañado todos estos años. Estar un rato. Por vernos y brindar". El recuerdo del fundador será constante ese día, aún por señalar.
El amplio y reconocido espacio tiene como lógico pilar el sabor, tanto en términos gastronómicos como sentimentales. La propuesta es deslumbrante por clásica, con unos olores eternos que llenan todo el local. El cordero (de la zona, lechal) es la estrella desde siempre. Como el cabrito. Las piezas suelen llegar troceadas a la mesa. La textura confirma la experiencia en la selección de piezas y en la elaboración.
Las fritadas de huevos, papas y antológicos complementos porcinos también dieron fama desde el inicio al local y siguen vigentes como el primer día. Los buñuelos de tagarninas y gambones merecen mención aparte. Discuten el protagonismo en la amplia carta, sobre todo desde que Antonio Banderas visitara Cádiz el Chico en mayo de 2021. Quedó tan fascinado por ese plato que pidió la receta para su restaurante en Málaga.
Loli sonríe al recordarlo y prefiere no desvelar si se la pasó o no, "es que las recetas...". El episodio se hizo viral, voló por el mundo digital: "Una amiga que trabaja en la radio municipal nos dijo que lo pusiéramos en redes, que no habíamos caído, y se formó una buena", recuerda. El célebre actor, sin quererlo, también consagró la tarta de bellota, un delicioso remate de autoría propia que reina en el apartado de postres desde que lo creara Pepe Gómez.
Esther y Loli son las hijas y herederas, el sustento de la cocina. Se encargan de mantener la esencia y la memoria en cada fuego (también en la chimenea, ya encendida) mientras sus maridos, Paco Barrera y Antonio Acevedo, se hacen cargo de la sala y toda la infraestructura de un negocio con casi una quincena de nóminas a su cargo. Imposible una gestión más familiar.
“Perdonad que os atienda con un poco de prisa, desde la cocina, pero es que llega un grupo grande de turistas enseguida”, se disculpa considerada Loli. Aunque no ha dejado de contar con los ojos iluminados. Su pelea con el reloj confirma que el vínculo de Grazalema y del restaurante con los visitantes, famosos o anónimos, sigue tan vivo como siempre, es aún más fuerte que en los 70 y los 80, cuando viajar no era un hábito universal.
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