En el epicentro de la Bahía de Cádiz, la emblemática península del Trocadero dio cobijo en su día al primer astillero moderno de toda España: el de Puerto Real. Hoy, en uno de los tres astilleros que Navantia mantiene activos, el visitante puede encontrar un auténtico tesoro que pocas personas conocen: el Museo del Dique, un inigualable conjunto histórico de 80.000 metros cuadrados que es testimonio de una parte fundamental de la historia de la provincia, de su alma, sus gentes y su idiosincrasia. Supone, además, uno de los mejores exponentes de lo que ha representado la industria de la construcción naval en España y de cómo ha sido su evolución.
Para entender la carga histórica que posee un lugar así, es preciso remontarse al siglo XVI, cuando Felipe II ordenó construir un fuerte defensivo en la península del Trocadero, un territorio que fue clave en la Guerra de Independencia española y que daría también nombre a la emblemática plaza de París. Posteriormente, ese lugar cargado de historia, de sangre y resistencia, fue el sustento de generaciones enteras de familias gaditanas, gracias a una industria que entonces florecía y prometía futuro para una bahía que lo buscaba con esperanza.
Más de dos siglos después, muy cerca de donde los trabajadores continúan con su quehacer cotidiano, y con algunos de los cruceros más imponentes del mundo de fondo, cuatro grandes áreas jalonadas con diferentes expresiones artísticas y culturales, con un fondo de 3.700 piezas navales. Entre ellos hay elementos tan dispares como herramientas de trabajo, maquetas o incluso vajilla o elementos de protocolo, que componen el Museo del Dique, ofreciendo testimonio de su valor histórico. Una muestra: junto al viejo dique de carenas, en los talleres de forja, un imponente mural representa la celebración que presidió el rey Alfonso XIII tras la botadura del trasatlántico Magallanes, en cuya construcción trabajaron 15.000 operarios y que cubría la ruta Cádiz-Nueva York. Una maqueta con una vista aérea del dique ayuda, por su parte, a hacerse una idea a quien visita el conjunto de la magnitud que antaño alcanzó el entorno y de lo que significó para la bahía.
Uno de los grandes valores de este poco conocido museo es que los objetos que componen su fondo pertenecen, en muchas ocasiones, a oficios históricos, como el de los carpinteros o los herreros, y a otros que ya no existen, como el de los remachadores. Y a realidades pasadas, y que tienen el poder de hacer viajar al visitante a un pasado no tan lejano que aún colea en el presente. La sala 3 del museo está dedicada a esos oficios, en una suerte de homenaje a los trabajadores, a esas vidas que habitan en los márgenes de la historia.
El extenso fondo fotográfico, la gran joya de la corona del conjunto, da fe de ello, con un imponente archivo documental de más de 500.000 negativos realizados desde 1.877 con imágenes de casi todos los astilleros del país organizado en once grandes grupos.
En la sala 2, el recorrido permite al visitante hacerse una idea de la complejidad que requería el diseño del barco, el origen de un largo proceso que involucraba a muchas profesiones. La 1, por su parte, está dedicada a los orígenes preindustriales de la zona y a la actividad posterior del dique de Matagorda; un dique diseñado por los ingenieros escoceses Bell y Miller y en el que pronto se llevaría a cabo la construcción de grandes naves desde cero.
La península del Trocadero, un lugar lleno de historia
Resulta difícil pasear por este conjunto patrimonial sin tener en cuenta su valor histórico. Ante la imposibilidad de asediar Cádiz por tierra, por su particular geografía, las tropas francesas intentaron hacerlo bombardeando la ciudad desde la península del Trocadero, enclave estratégico por su ubicación en la bahía. Pero esto tampoco les saldría como esperaban: dice la leyenda que los vientos de levante-poniente tan característicos de la zona interrumpían la trayectoria de los obuses, que no terminaban de estallar en la ciudad.
Algunos años después, Fernando VII recuperaría el trono desde esa misma posición estratégica, pero esta vez con ayuda de las tropas francesas, en una Batalla del Trocadero que dio nombre a la conocida plaza que se encuentra en la capital francesa. Decenas de soldados murieron en una contienda cruenta que hoy puede rememorarse en las ruinas del fuerte de Matagorda, por donde pasan las visitas guiadas que organiza el recinto.
La zona de Matagorda llegó a albergar durante el siglo XX a aproximadamente el 40% de la población activa de la zona, convirtiéndose en la fuente de ingresos de buena parte de la población de la bahía. El conjunto también les rinde homenaje a ellos, a los trabajadores, ofreciendo testimonio, además, de la carga extra de trabajo que asumían, con encargos como la proyección y construcción de puentes de hierro, vagones de ferrocarril o, incluso, de las butacas del Gran Teatro Falla. Algunas de las fotografías más impresionantes del archivo son aquellas en las que aparecen los operarios realizando sus tareas cotidianas, y en las que puede uno hacerse una idea de la imponencia del lugar y del valor de esos centenares de trabajadores de una factoría que logró producir miles de naves a lo largo de su historia.
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