Era habitual ver a Luis Caballero Jarama haciendo alguna foto a una familia que acababa de comerse un plato de menudo. El lebrijano, ya fallecido, disfrutaba como nadie con una cámara de fotos en la mano, encuadrando a la Virgen de El Rocío, la que era su hermandad, y retratando a los clientes de la venta Luis Rey, en Lebrija. “Mi padre nació aquí mismo”, dice Luis Caballero Monje, el mayor de sus hijos desde este establecimiento histórico, ya con 83 años de vida.
Recuerda ver a su progenitor sacando sonrisas y a su madre, María del Castillo Monje, entre fogones, preparando guisos y platos tradicionales que llevan décadas enganchando a generaciones. En 1998, los hermanos Luis, de 51 años; Rubén, de 38; y Cristóbal, de 47, tomaron las riendas de esta venta familiar después de que sus padres se entregaran en cuerpo y alma en ella. Son ya la tercera generación. “Nosotros vivíamos aquí y nos hemos criado en esta cocina, es lo que hemos visto”, expresan los lebrijanos, que continúan en el negocio fundado por sus abuelos.
En el siglo pasado, Luis Caballero Tejero arrancó la actividad de la mano de su mujer, Antonia Jarana, que empezó a cocinar unas cabrillas en tomate que perdura en la carta como una de las especialidades de la casa. Sus hijos y sus nietos no rompen la tradición de este lugar, que su fundador bautizó con su apodo, Luis Rey. “A mi abuelo le decían que era el rey de la casa y se le quedó, ya en la época aparecía ese nombre en los toldos de la terraza”, comenta Luis a lavozdelsur.es.
Pero antes de que se convirtiera en una venta por derecho, este espacio albergó, desde 1941, según estima la familia, otros negocios. En sus orígenes fue una tasca de vinos y licores. “Hay que tener en cuenta que hoy estamos prácticamente en el centro del pueblo, pero en esa época estábamos a las afueras, era un sitio de paso para los agricultores que iban a los cortijos y a las fincas, una parada obligada para tomar vino”, explica el lebrijano.
El local también fue molino de harina, donde Luis cobrara por dar un servicio de molienda de cereales, y una carpintería en la que reformaban puertas y ventanas derribadas por la explosión de Cádiz de 1947. “Esa ventanilla es una de ellas, está hecha con madera de cedro”, señala el nieto desde uno de los salones.
La venta siguió su curso hasta que en el año 2006 fue sometida a una reforma integral. Los hermanos la derribaron para construir otro edificio desde cero debido a las pésimas condiciones en las que ya se encontraba. Eso sí, mantuvieron la estética original, parte de la barra de antaño, y ventanas y azulejos de mensaque que siempre la habían decorado. Además, como aficionados del mundo taurino, pasión compartida con su abuelo, colgaron en las paredes distintos cuadros de corridas.
Cristóbal y Luis atienden desde la barra mientras Rubén, el jefe de cocina, ya está entre ingredientes. Antes de incorporarse a esta venta, aprendió en la escuela de Karlos Arguiñano, en el País Vasco, tras formarse en Heliópolis, en Sevilla. También se empapó de las recetas de su madre y su abuela, que siguen alegrando paladares.
Una de las estrellas de la casa es el plato de huevos al rey que el hermano pequeño acaba de colocar sobre una mesa. “La gente viene expresamente a pedir este plato”, dice, señalando las papas fritas salteadas con pimiento verde, cebolla, ajo y jamón. Para mojar en la yema, pan de Domi Vélez, considerado el mejor panadero del mundo. “Somos clientes suyos desde antes de que lo fuera”, comentan.
Entre sus propuestas destaca una cocina tradicional con productos de kilómetro cero, pescados que entren en el día, mariscos, carnes a la brasa y guisos. “Todos los días hacemos uno, cuando llega el invierno hacemos un plato típico de aquí que se llama la puchera lebrijana, que se asemeja a lo que es la berza de Jerez pero con menos verdura. Es un cocido con legumbres y con carne de cerdo, tocino y todos sus avíos”, explican.
En sus paredes también cuelgan los innumerables premios de la ruta de la tapa que les ha otorgado este municipio sevillano a lo largo de los años. Un reclamo para nuevos clientes, porque los de siempre, no fallan, ni aunque cambien los horarios. Desde la pandemia, la venta dejó de tener un horario ininterrumpido desde las 7.00 hasta la madrugada. “Ya no damos desayunos y nos dedicamos al almuerzo y viernes y sábado también a las cenas, aquí no había hora de cierre, las cosas están cambiando y se gestiona de forma distinta”, dicen.
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