Cuenta Agustín Bernal, uno de los socios, que buscaba en la plaza del Cabildo de Sanlúcar, donde ha abierto el restaurante Lucero, que quería una experiencia "guay, de ticket real", y no ser simplemente un restaurante para ir una vez al año. Una experiencia de respeto por la cocina, buscando la belleza del local hasta el último detalle. Con un techo como una capilla sixtina sanluqueña. Resalta una inscripción: 'Luciferi fanum'. Nada que ver con el diablo, aunque luego el vocablo derivase en ello. Su significado, 'El templo del lucero', como se conoció en la Antigüedad a este enclave en la costa que hoy es Sanlúcar.
La intención era que el verano dejase un buen sabor en el entorno. Y lo ha logrado. Su apertura ha sido una de las más comentadas y reconocidas de los últimos meses en la provincia de Cádiz, en la todopoderosa y exigente Sanlúcar, un templo gastronómico.
Formado en las finanzas, ha dado el salto al fogón procedente del local El Botero, en Bajo de Guía, un mundo aparte, un rincón especial en Sanlúcar, con una convivencia diferente entre hosteleros. Bernal se deshace a lo largo del reportaje en elogios a la familia de Casa Bigote.
Quizás inspirado por ese lujo en la sencillez aprendida frente a Doñana, Bernal apuesta por un comienzo sin pretensiones. Eso sí, con una carta bien estructurada, y, sobre todo, defensora de los manjares del kilómetro cero. Mucho producto cercano, bien elaborado.
Puede destacar algo, en apariencia, tan sencillo como el tomate, elegido con delicadeza en cada mañana de mercado, entre los mejores proveedores, con vinagreta de cítricos y corvina ahumada. O una ventresca de atún en escabeche. O el carpaccio de picaña madurada.
En su cocina, creatividad e ilusión, agarrados a lo de aquí. Muestran, por ejemplo, sus variedades de tomate recogidos esa misma mañana. O el queso Puerto Carrillo, de Benaocaz. O su pan de Artesa o los Picos San Rafael del propio Sanlúcar. El arroz, por supuesto, es otra de las claves en Lucero. Cada día, una sorpresa. Llegamos un día en que lo presiden nécora y centollo.
No faltan, por supuesto, la gamba de Huelva y el langostino de Sanlúcar, o los chocos fritos. Pero el róbalo de estero, el bacalao en tempura con tomate y huevo o los taquitos de corvina al limón aumentan una carta de sabores del mar.
Y de interior. Las albóndigas de ternera madurada, el menudo o el solomillo de vaca madurada a la parrilla marcan diferencias.
Los postres no faltan. El mascarpone, el brioche de naranja y el flan de queso y toffe al pedro ximénez, entre las delicias para rematar.
La carta de vinos se asienta sobre bodegas locales, y más allá. El ÁS de Mirabrás, de Barbadillo, un blanco que casa con carne y pescado, es de lo que más va saliendo. Pero hay clásicos que no fallan, como la manzanilla fina en rama.
"El local asusta", y eso preocupa. Porque el ticket no se dispara, y a pesar de tanta presencia, decoración, tanto dentro como fuera tiene ganas de que el cliente lo pase bien y alargue, si lo desea, la sobremesa con las copas. Un lugar acogedor con un concepto refinado, clásico, pero nada clásico en el fondo. Diferencial.
Por todo ello, Lucero es una de las mejores noticias de entre las muchas aperturas de los últimos meses en la provincia de Cádiz, y uno iría más allá. Ahora, ha llegado el fin de la temporada turística, y comienza una segunda fase postapertura que implicará, entre otras muchas cosas, seguir rematando, refinando, y convencer ahora al vecino sanluqueño o de alrededores que busca cualquier día de la semana una gastronomía superior a la vez que accesible. El Lucero, para eso, ha tenido muchas luces. Bendita sea Sanlúcar.