Viniste a por mí.
Y yo cantaba en aquel bar mis desamores
Qué quieres que haga por ti.
Y yo te dije.
Ahórrate las flores.
Te dejo crecer en mí.
Que conduzcas cada noche.
Soy sinceramente tuya.
Se han callado las voces.
Vicky Gastelo
Nombrar Zahara de los Atunes es llamar al sol, la playa, la multitud en las terrazas, ávida de verano y fiesta que celebrar con los pies en la arena. Puestas de sol de postal y aguas cristalinas. Zahara mágica, pueblo mágico. Todo el mundo lo sabe. Y también es lugar soñado, locus amoenus, enclave iniciático para la mirada adecuada más allá de las guías turísticas al uso y el titilar, a veces engañoso, de alguna estrella.
Zahara eres tú, y su mar tiene el color de tus ojos. Sácame de mi entorno, te dije, y en un salto de ilusión estábamos dispuestos para cenar en 21. Una sorpresa que vino a reafirmar mi fe en los cuentos de hadas y en los giros de guion decisivos que alimentan la esperanza. Y felicidad. Subjetivo quizás, no lo sé, pero el ensueño se queda corto en este restaurante diseñado expresamente para enamorarse de la vida.
En la casa de Marina Jiménez Yebra destaca en el catálogo íntimo y personal de imágenes que se guardan en el disco duro del alma, y es la experiencia idónea para ilustrar el concepto de gastropoesía que vengo a compartir con los que quieran abrazar esta filosofía del disfrute profundo. Ni vender ni convencer, pero sí transmitir, para que trascienda mi experiencia personal, aquello que es pura belleza, como el reto de Marina y sus compañeros de travesía, en los comienzos el chef Alessandro Palmieri, (Ali), autraliano de padre italiano, y Carlos Amador en el crecimiento y al mando de los fogones hasta la actualidad. No creo que sean del todo conscientes de la maravilla, o sí, pero sería demasiado abrumadora la responsabilidad: delicadeza, sensibilidad, respeto, dedicación, temeridad valiente e inspiración. Sabores poéticos, pura alquimia.
Si consideran excesiva mi apreciación es porque no han descubierto aún la atmósfera ecléctica que conquista desde los colores en la vajilla, la envolvente decoración viajera, las pinceladas londinenses que nos hablan de la formación y el carácter de la capitana, el ensueño italiano, el hedonismo, la belleza y el genio creativo, fruto maravilloso de una familia de artistas. Hay que señalar que el genial fotógrafo Carlos Yebra es padre de Marina y su hermana Henar, cuyo arte en el tratamiento de la imagen también destaca en el mundo de la fotografía, prueba de ello es su trabajo en la revista Zahara Magazine.
Restaurante 21 es un poemario vivo, dinámico, un racimo de platos con estrofas bien construidas, homenajes al lento y buen comer que nos hacen presente a Neruda, en sus Odas Elementales, por ejemplo.
Son poemas redondos algunos platos como el tartar de vaca (Solomillo) sobre hueso asado con tuétano, el ceviche de corvina y mango o el tartar de atún rojo con yema y salsa tártara de wasabi. Cada vino seleccionado con mimo prepara la piel, el paladar y los sentidos para amar con devoción. La misma entrega al abrir y degustar un libro predilecto de buena poesía. Leer una y otra vez los mismos versos porque son distintos en cada lectura. Siempre la emoción de quien descubre un sabor nuevo, o la ilusión al entrelazar las manos mientras me llevas de regreso a casa después de cenar. Un beso eterno en el dintel de la primavera. Y aquella noche en que te dejé un rato la luna. Sabía que no la romperías. Ya está a tu nombre.
El amor se abre paso y brota donde le place, y Marina acaba de abrir para dar la bienvenida a una nueva temporada luminosa en Palacio de las Pilas, número 21. Allí sé que late corazón de Zahara. Allí nacen las ganas de hacerlo todo más bonito.