Una ilusión de ciudad futura y la ilusión refrescada que recorre inmortal las calles entre charangas, fanfarrias, tuaregs y carrozas que son tiradas por tractores. Porque sí, porque la ilusión de una ciudad está marcada en una fecha: 2031 y ese sueño de ser Capital Europea de la Cultura. Y, de hecho, ha habido referencias a esa candidatura durante todo el desfile, desde su cabecera abierta por un autobús descapotable. La ilusión viaja en tranvía. En cambio, cada año por estas fechas, todos los años, lluevan caramelos, como ha sido el caso, o caigan chuzos, como podía haberlo sido, la ilusión viaja en carroza.
Y pobre de aquel que no pida volver a contemplar ese desfile de carrozas de colores y bullicio con los ojos de un niño. Triste del que no vea ese cortejo vibrante desde la altura enorme de un niño. Esos que siempre verán la bolsa medio llena de caramelos, no medio vacía. Que volverán a casa nerviosos y emocionados sin más quejas ni crítica por la crítica. Son cada vez menos frente a los adultos, pero resistimos. Mal por los que meten el pie por un mísero caramelo o dan codazos por un modesto regalito llovido del cielo. Sin disfrutar de lo importante, sin ceder ni un milímetro a los verdaderos protagonistas.
Lo importante estaba a hombros o brazos de sus familiares; o abajo, apenas centímetros, un metro, un palmo, sobre el nivel del adoquinado de la bella Porvera. La calle de las jacarandas que volvía a vivir la experiencia mágica de un 5 de enero; esta vez, históricamente, por adelantado al 4. Un año excepcional, debido a las previsiones de fuertes lluvias, para unas vísperas que durarán otras 24 horas. Las vísperas más largas de la historia. Y si el debate encarnizado es cuándo damos regalos a los niños y las niñas, si en la mañana del 5 o en la del 6, bendita polémica. Llévenles al Parlamento; al Congreso… que debatan sobre cómo mantener la ilusión más tiempo, más años, más décadas.
Somos lo que dura el recorrido de la cabalgata de Reyes, lo que somos capaces de sonreír, bailar y arañar buscando caramelos en el suelo como auténticos tesoros entre esas viejas piedras del centro. Ese centro de todos. Ese centro que puede ser un gran escenario para el 2031 si se cuida y se vive al mismo nivel, como mínimo, que se visita en fiestas y ocasiones especiales.
La Cabalgata de Reyes de Jerez 2025, la del 4 de enero, ha tenido un recorrido de siempre para completar un desfile histórico por su fecha de salida, un día antes de lo que marca la tradición. Partiendo desde el vetusto Taller de Fiestas de la ronda del Caracol —unos 15 años después de la última vez— y recorriendo calles como Ancha, Porvera y Medina, el cortejo ha avanzado a buen paso, puntual, y los miles y miles de espectadores que se han lanzado a la calle han contado por primera vez con un seguimiento geolocalizado del desfile, por lo que han sabido en cada momento cómo situarse y moverse mejor.
Todo en hora, todo como lo recordábamos, sus Majestas de Oriente en sus tronos, repartiendo ilusión con todo el énfasis del mundo. El regalo se los estaba haciendo Jerez a ellos, y bien que se les notaba en sus caras a Melchor, Gaspar y Baltasar.
Las calles, a reventar. Gente echando de menos la gran Avenida de otros años, pero apretujándose donde podía para no perderse ni un detalle de las 15 carrozas, de las toneladas de caramelos, de los más de un millar de figurantes que, una vez más, lo han dado todo. Con la ilusión intacta, con el espíritu renovado, pensando que ya queda menos para saborear otro 5 de enero. Sea cuando sea, toque cuando toque. Felices Reyes.
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