Cuando se acercan estas fechas cercanas a la Epifanía, no son pocas las historias y leyendas que podemos encontrar, señalando que los astrólogos o Reyes Magos que llegaron a Belén para adorar al Niño Jesús podrían haber sido más de los que marca la tradición, si alguno hubiera llegado tiempo al punto de reunión fijado hace más de 2.000 años para seguir la Estrella que marcaba el camino a seguir.
Así que, ante la cercanía de la noche más bonita del año, permítannos la licencia de poder recordar a uno de ellos. Concretamente, a Artabán, a quien se le considera como el cuarto Rey Mago, un astrólogo que se perdió por el camino y estuvo toda su vida tras los pasos del Mesías. Cierto es que el Evangelio de San Mateo no lo nombra y que su historia es relativamente reciente — concretamente el cuento El otro Rey Mago de Henry Van Dyke en 1986—, pero la tradición, el paso del tiempo y el cariño que siempre adquieren las leyendas y las fábulas, ha situado a este astrónomo junto a Melchor, Gaspar y Baltasar como uno de ellos.
La historia es la siguiente: Los cuatro Reyes Magos habían hecho planes para reunirse en Borsippa, una ciudad antigua de Mesopotamia, desde donde iniciarían el viaje. Pero según cuenta la leyenda, Artabán, que viajaba con su cargamento de piedras preciosas, encontró por el camino a un anciano enfermo, cansado y sin dinero, y se vio envuelto en un dilema: ayudar a este hombre o continuar su camino de quedarse con el anciano.
Si lo ayudaba, seguro que perdería el tiempo que necesitaba para llegar a Borsippa y los otros reyes lo abandonarían siguiendo su camino, pero obedeciendo a su noble corazón, decidió ayudar a aquel anciano decidido a cumplir su misión.
Emprendió su camino sin descansar hasta Belén, aún a sabiendas de que los otros reyes habían iniciado ya la marcha, cargados con el oro, el incienso y la mirra que ofrecerían al recién nacido. Pero cuál fue su sorpresa, que al llegar al pesebre, el niño ya había nacido y sus padres, José y María, habían huido rumbo a Egipto, escapando así de la matanza que había ordenado Herodes.
Ni corto, ni perezoso, Artabán emprendió su viaje siguiendo los pasos del Nazareno. Pero por donde él pasaba, la gente le pedía auxilio, y él, atendiendo siempre a su noble corazón, les ayudaba sin detenerse a pensar que el cargamento de piedras preciosas que portaba poco a poco se reducía sin remedio.
Y así fue pasando el tiempo, hasta que 33 años después, llegó al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que decían era el Mesías, enviado por Dios para salvar al mundo, sólo con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregar la joya pese a cualquier cosa.
Justo en el momento que se encontraba frente a él, se apareció una mujer que era llevada a la plaza para venderla como esclava y pagar la deuda de su padre. Artabán, en vez de entregar la piedra a Jesús, entregó esa piedra preciosa a cambio de la libertad de esa joven que iba a ser esclavizada. Triste y desconsolado, se sentó junto al pórtico de una vieja casa y en ese momento la tierra tembló y una piedra golpeó su cabeza, dejándole moribundo con sus últimas fuerzas.
El cuarto Rey Mago imploró perdón por no haber cumplido su misión de adorar al Mesías y, en ese momento, la voz de Jesús se escuchó con fuerza: “Tuve hambre y me distes de comer; tuve sed y me distes de beber; estuve desnudo y me vestiste; estuve enfermo y me curaste; me hicieron prisionero y me liberaste”.
Artabán, agotado, preguntó cuándo hizo esas cosas y justo en el momento en que expiraba, la voz de Jesús le dijo: “Todo lo que hiciste por los demás, lo has hecho por mí; por eso hoy estarás conmigo en el Reino de los Cielos”.
Y por eso, y por no desfallecer nunca en la tarea de seguir los pasos de Jesús, ayudando a todo aquel que necesitaba su auxilio por su particular estación de penitencia, las historias y leyendas de la Noche de la Reyes, hacen que Artabán cada vez tenga más seguidores en el Reino de la Ilusión.
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