Tiene lógica que un mítico milagro basado en la improbable supervivencia de una familia pobre en la Judea de hace dos mil y pico años, en mitad del frío, impacte en otras parentelas tanto tiempo después. Incluso ahora, en mitad del ruido, la prisa y el aislamiento tecnológico.
Aquello del portal con la mula, el buey, el carpintero, su esposa y un niño dios está escrito para fascinar a padres e hijos. Tanta fuerza tiene la representación iconográfica, especialmente en el Sur del Sur de Europa, que hace siglos arraigó la costumbre de representar la escena con figuritas, los belenes.
José María Reyna Espigares (Pepe para todos) y José María Reyna Cabrera (José Mari) son los máximos defensores de esta costumbre en Cádiz. La consideran amenazada por árboles luteranos, pantallas ubicuas y nuevos hábitos que reducen el número de seguidores de todo lo demás.
Para ambos, la pasión por esta versión religiosa de maquetismo viene desde la infancia, ni recuerdan el inicio. "Es que en casa siempre fuimos de poner Belén". El primer salto llegó cuando, en 1986, Pepe decidió participar en el concurso municipal, que por entonces recorría los humildes domicilios de los inscritos.
Poco después, en 1992, el mayor de los Reyna pasó a formar parte del nacimiento de la Asociación Gaditana de Belenistas, siempre con el impulso de Valentín de la Varga y otros tres grandes aficionados. Pepe es el único socio fundador que permanece al pie del nacimiento.
Desde ahí, todo fue rodado. Un invierno tras otro, su afición privada y doméstica se convertía en un compromiso con el público. El tamaño y el cuidado del nacimiento que se instaló durante más de una década, bien en la Cofradía del Huerto, bien en la calle Santiago.
Desde esas sedes obtuvieron 16 primeros premios en el certamen de cada Navidad. Su labor, cada año más cuidada, cada vez más espectacular, llamó la atención de muchos ciudadanos, de familias enteras con niños y también del Ayuntamiento.
Como consecuencia de esa trayectoria, durante los últimos cuatro años, solos o en compañía de otros, los Reyna ejecutan el honorable encargo recibido por la Asociación Gaditana de montar el Belén Municipal de Cádiz, ahora en la sede del antiguo Rectorado, en la calle Ancha. Mientras explican su trayectoria, grupos de escolares visitan el recinto con ruidoso entusiasmo.
En esta ocasión, el Belén es de "tipo árabe", con una configuración cinematográfica o instagramera, se observa casi en vertical y tiene mucho fondo de campo. La vida cotidiana a la derecha, con un zoco, pescadores, paseantes.
La escena sagrada a la izquierda y la vista parece difuminarse hasta más allá, hasta lo lejos, aunque sean dos metros, donde aparece un río. Será el Jordán. Todo a base de recursos modestos: mucho porexpan, maderas recicladas, papeles coloreados, piezas montadas con mimo y tiempo, mucho, siempre a mano.
Porque el montaje que se ve ahora se expone desde los primeros días de diciembre, alrededor de la celebración de la Inmaculada, cada año, hasta el día posterior a la celebración de Reyes Magos. Un mes justo y nada más. A cambio, tiene otros seis de desvelo detrás.
"Solemos empezar en julio. Ahí nace la idea de lo que quieres hacer. Empiezas a montar algunas piezas, luego el fondo y, poco a poco, vas añadiendo los detalles", comenta José Mari.
Su padre recuerda que la afición siempre estuvo y que ha crecido un año tras otro, un verano tras otro, con sus otoños y sus inviernos. "Fuimos mucho a Jerez que es el centro de esta afición, es donde se aprende. Como pasa con Sevilla en Semana Santa".
El resultado han sido montajes asombrosos. Al coger las piezas con la mano se descubre, por lo liviano, que son corcho. La pericia en los ensambles y en la pintura las convierte en objetos de orfebrería.
Cada año hay una propuesta diferente, un enfoque, un punto de vista. Se nota que hijo y padre son apasionados, y profesionales, de la fotografía. Hay una idea visual en cada Belén. José Mari Reyna rescata con orgullo partes del belén de 2023, se titulaba La Azotea, acumuló reconocimientos y provoca asombro.
La Virgen María, San José y el resto de protagonistas, de monarcas obsequiosos a pastores que pasan por allí, aparecen en la planta superior de una finca típica del Cádiz del siglo XVIII, el de La Pepa. No falta un detalle arquitectónico, cromático, de la claraboya al azulejo, de los muebles a un cartel de toros en la pared.
Es fácil intuir que detrás de cada nacimiento anual hay mucho trabajo. Con el ruido de los chiquillos de la visita escolar de fondo, Pepe y su hijo defienden que "el belenismo es pura artesanía, son horas y horas, durante meses, trabajando con las manos, pura terapia".
"No hay mejor remedio para que los niños se enfrenten a la esclavitud de la tecnología, a tanta pantalla, es lo contrario a todo eso", resumen. Aunque sus nietos, o sobrinos según hable uno u otro, han colaborado en el Belén de este año, temen por la falta de relevo generacional.
"Uno de los más jóvenes de la Asociación de Belenistas en Cádiz soy yo, y tengo ya 49 años. Parece que falta gente joven que vaya a mantener esta tradición", lamenta José Mari mientras reniega de Papá Noel o el Árbol.
"El nacimiento es mucho más nuestro pero necesita mucho tiempo, mucho cariño y no sé si hay ganas de invertir tantos ratos, una persona sola, entre las nuevas generaciones". Mientras llega la respuesta, mientras tanto, padre e hijo, los Reyna, defienden el fortín.
El de este año, efímero como cada Navidad, está en la calle Ancha y rodeado de piezas insertas en faroles tradiciones, "una exposición itinerante de la Asociación de Belenistas de la Provincia. Este año ha tocado en Cádiz", como complemento a su Belén.