Hace poco estaba por la zona de la plaza de la Alfalfa con un amigo realizando gestiones profesionales mañaneras, decidimos desayunar y para ello entramos en un nuevo bar con buenas pintas que abrieron no hace mucho en la calle Pérez Galdós.
Vino a atendernos a nuestra mesa uno de esos camareros simpáticos y tuteadores que ahora tanto se llevan, nos hizo entrega de una carta donde había muchas bebidas con nombres extraños, smoothie, rooibos, infusiones raras y cafés singulares, en el apartado comidas había de todo… menos las tostadas simples y tradicionales, eso sí, sándwiches y panes con semillas, integrales, etc. con los rellenos más peregrinos, salmón ahumado, aguacate, verduras varias, en fin, era de ver la cara de mi amigo, naturalmente ante su estupefacción le dije: "Nos vamos ¿no?".
Ya no me atreví a proponerle ir al Ofelia Bakery de la cercana calle Huelva, con su retahíla de cupcakes, cakepops, muffins, buns, whoopie cakes y otras magdalenas y bizcochos de nombres extraños, seguro que en sitios así desayunan los mangantes del VAR, que son mucho de usar palabros anglosajones. Se nos echaba la hora encima y optamos por un café con tostada en la barra de Casa Manolo, problema solucionado.
El incidente, llamémosle así, me hizo reflexionar una vez más sobre la peculiaridad de una ciudad como Sevilla, tan conservadora para algunas cosas, que es de las pocas, si no la única, a lo que no le queda ni siquiera un café histórico. Un momento, antes de que salte ya alguien diciéndome "y La Campana ¿qué?". Puntualicemos.
La Campana viene a ser una confitería con barra en un lado, que tenía una fantástica terraza que fue desmantelada una buena mañana con un inaudito despliegue policial para ello, videos hay de aquella desaprensiva actuación municipal. Nómbrenme Ochoa, un poco más arriba en la calle Sierpes, no me tiren de la lengua, la última vez que se me ocurrió entrar, las pasadas navidades, aquello me pareció más un bar del Polígono Store que una cafetería digna del histórico nombre y del sitio que ocupa. ¿Laredo?... en fin, dejémoslo que luego me dicen que soy un malaje.
Curiosamente, hay un buen número de 'modernitos' aficionados al buen café, yo creo que el tema viene del amor por el producto de los hipsters norteamericanos, que crearon tendencia, como diría una revista de cuché de esas que se meten con el tema gastronómico con poco fundamento. Algo parecido a lo que ocurrió con las cervezas artesanas. Los que comenzaron a huir de los Starbucks lleno de turistas y snobs con ordenador, empezaron a frecuentar pequeños garitos cafeteros.
Como aquí las modas van llegando con el tiempo, Sevilla se ha ido poblando de pequeños locales, algunos mínimos, donde se sirven cafés exóticos, con aromas que inundan la puerta y te atraen irremediablemente si eres fan del brebaje oscuro que, a través de los mercaderes venecianos, llegó a Europa a principios del siglo XVII proveniente de los países árabes.
Hay incluso magníficas tiendas donde se muele el café en grano, como la del Mercado de Triana, CafeTeaTe, o El Hombre Pez en la calle Alfonso XII, pero como digo, han proliferado pequeñas tiendas que también sirven cafés in situ en varios lugares del centro sobre todo, como una que me recomendaron, y donde tomé un café muy bueno aunque en vasito de plástico (o cómo se llame el material) al lado de las Setas, al principio de la calle Regina, Virgen Coffee se llama. Y hablando de la calle Regina, allí está la primera La Cacharrería, un sitio que me encantaba para desayunar cuando era pequeñita y tranquila, ahora ya es otra cosa.
Por cierto, por esa zona hay bares que se acercan al concepto, pero que no acabarían de entrar en los cánones de café histórico, ni por continente ni por contenido, me refiero a un templo del café con calentitos como el Bar La Centuria o el encantador Bar Alcázares, al lado del otro. Sucumbieron cadenas de cafés, aquí llamados tradicionales, pero que son inventos a partir de los años sesenta, como los de Horno San Buenaventura o la cadena Catunambú, de esta subsiste un último y pequeño bastión en la calle Sierpes y creo que otra en la Ronda de Capuchinos. Encanto y sabor de antes tiene Picalagartos en la calle Hernando Colón.
Pero pretendía hablar de cafés históricos, o más bien de su carencia en nuestra ciudad. Ciertamente que el café es un tanto moderno en España, que trajo antes el chocolate de América. He dicho que en Europa se introdujo a principios del XVII pero en nuestro país no se generalizó hasta el XVIII, con las ideas de la Ilustración.
Espejos, lámparas de cristal y mesas de mármol -que no lápidas de tumbas, como se descubre en la hilarante escena de la magnífica película, basada en los relatos de Camilo José Cela, La Colmena (1982)- en un local con aire de confitería, es el ambiente propio de un café histórico, como aquellos que comenzaron a surgir en Viena tras derrotar al Imperio Turco y levantar el cerco de la ciudad en 1683. Unido a ciudades cultas y artísticas, fue también Venecia una de las pioneras, como su café Florián, nacido en 1720 y que todavía hoy reúne en sus veladores a viajeros cultos y artistas.
Y precisamente esa es una de las características humanas propia de los cafés, lugar de cita de poetas malditos, novelistas fumadores, artistas bohemios y toda clase de heterodoxos, incluidos conspiradores políticos y revolucionarios varios, como cuenta con maestría Benito Pérez Galdós en La Fontana de Oro.
Importancia de "la civilización del café" para la política, la cultura, el arte y la literatura de Occidente que quedó reflejada en el Congreso Internacional con ese nombre que se celebró en 1985 en un café de los cafés, el Pedrocchi de Padua, fundado en 1816 por Antonio Pedrocchi y diseñado por el arquitecto, Giuseppe Jappelli. Cafés europeos donde se fraguaron las vanguardias contemporáneas y donde rumiaron su filosofía los existencialistas parisinos.
En España fue precisamente Cádiz la pionera en cafés, su comercio y cosmopolitismo en el siglo XVIII y principios del XIX, convirtió a la Tacita de plata en recipiente idóneo para el café. Hoy, el más significativo en esa ciudad es el Café Royalty, fundado en 1912 permaneció cerrado muchos años hasta que fue recuperado en 2008 con una maravillosa restauración. Una sensación entre la maravilla y la envidia por no tener en mi ciudad algo parecido, me embargó la primera vez que entré, en los años ochenta, en el Café Suizo de Granada, fundado en la segunda mitad del siglo XIX. También había buenos cafés clásicos en Málaga.
Sevilla perdió un gran café, situado en La Campana en un edificio nada menos que del gran Aníbal González, se llamaba Café de París, una obra modernista que sucumbió a la implacable piqueta de los años setenta para, hoy día, a mayor vergüenza de la ciudad, albergar entre otros horteras comercios, un Burger King.
Con la moda en la segunda mitad del XIX de los cafés suizos, abrió en Sevilla el Gran Café Suizo en 1860, local que daba a tres calles: Sierpes, Cuna y Limones, que aparece en el Nomenclátor de Sevilla de Manuel Álvarez–Benavides, impreso en 1871. También se derribó el edificio del Pasaje de Oriente, café modernista que estaba en la calle Albareda, obra del arquitecto, Francisco Hernández Rubio, con dos pisos y salas amuebladas en el más actual estilo de París y Viena.
Quizás en Sevilla hemos sido más de cafetines, alter ego cafetero de la taberna, y de la versión flamenca del café cantante, nacidos también en la segunda mitad del siglo XIX y que proliferaron tanto en Sevilla, como en Jerez, Cádiz y Málaga, locales estos situados en casas típicas con patios de columnas más que en los típicos cafés, pero esto sería otra historia.
Como otra historia sería la decadencia de aquellos cafés antiguos ante el empuje de las cervecerías y los nuevos bares con sus copas y cocteles, aunque todavía quedan templos sagrados de aquellos cafés con bola de metal para litos o servilletas y camareros de chaquetilla blanca, como el Café Gijón de Madrid donde un día coincidí en los servicios con José Luis Coll, aunque no nos las medimos porque tenían los baños unos magníficos urinarios de Roca de esos altos, casi arquitectónicos. Allí vi también, en mesa al lado de la mía, con su bufanda roja, al gran Paco Umbral.