Cuando el viento sopla, este barco no se mueve. Tampoco se siente el balanceo provocado por las olas del mar. Es imposible sufrir cinetosis (mareo) al subir a bordo del Timón de Roche porque, aunque parezca una embarcación, es un restaurante que lleva 32 años incrustado en un acantilado frente al mar, en Roche, Conil. Sus detalles decorativos envuelven a todo el que entra por la puerta y les hacen sentir que van a navegar por la Bahía.
Su estética –y con el tiempo, su carta– ha atraído a miles de personas durante más de tres décadas en las que la familia Ruiz ha mimado al detalle este proyecto que ha logrado colarse en las listas gastronómicas de renombre. Fue en 1992 cuando 'zarparon', pero, por entonces, el establecimiento no se parecía en nada a lo que hoy se observa. "Aquí había una pequeña construcción hecha, pero nunca se había abierto, y todo esto era una explanada de tierra. A mi padre le encantaba, dio una entrada y compró las dos parcelas cuando yo era un chaval", explica Pepe Ruíz Girón, gaditano de 50 años, afincado en Conil desde hace mucho.
Francisco Ruiz Brenes, al que todos conocen como Superpaco, portero del Sevilla y del Cádiz CF que jugó en la selección española, dio vida a este lugar de la mano de sus hijos. Toda la familia trabaja codo con codo para que siga funcionando. Paco es jefe de barra y de bodega, Jesús sirve en la sala y María del Mar se encarga de organizar las celebraciones.
Pepe ya había experimentado la hostelería en el club juvenil de Roche, un bar con máquinas recreativas, billares y futbolines que abrió con 18 años junto a otros amigos de la zona. Cuando su progenitor tuvo la oportunidad, se sumó al restaurante que abrió a modo de chiringuito “con una ensaladilla, una tortilla de patatas y botellines de cerveza”.
El exfutbolista isleño ha sido campeón de España de regata de altura y, como buen amante de los deportes náuticos, ha reflejado en este espacio esa pasión que comparte con Pepe. El gaditano, junto a su compañero Fran Martínez, lograron hace unas semanas el oro en la competición nacional en la categoría internacional Flying Dutchman, de vela ligera.
“Mi padre tenía una tienda náutica y compra muchas cosas, lo hemos ido montando poco a poco”, comenta el regatista desde la entrada del restaurante, llena de reliquias. “Todo es auténtico, hay piezas con siglos de historia y algunas han dado la vuelta al mundo”, comenta Pepe mientras describe cada objeto que encuentra a su alrededor.
Dos barcos, uno danés de 1952 que estuvo en una regata de Alemania y otro fabricado en los años 60 que fue bronce en una olimpiada de Roma, dan la bienvenida a los comensales. Hay una hélice de bronces con cinco palas, católicos que se usan para amarrar los barcos al muelle, un ancla gigante, correderas que antaño se usaban para medir la velocidad, catalejos, un cañón de abordaje del siglo XV y portillos de bronces. “Esto parece más un club náutico que un restaurante”, bromea Pepe mientras se adentra en el interior.
Entre los elementos decorativos, también luce recuerdos de su carrera deportiva como fotografías en Nueva Zelanda, Italia o Hungría. Junto a ellas, los camareros trabajan desde la popa de un barco de pesca convertida en barra, mientras los comensales degustan platos sentados en sillas hechas a medida, al estilo del siglo XVIII.
Sobre sus cabezas, una carta marina redonda del mismo siglo que muestra desde Rota a la playa de Getares, en Algeciras, y una gran rosa de los vientos. Cada rincón de este espacio sigue descubriendo artilugios que viajaban en barco. Bitácoras, un telégrafo de un vapor, una cornamusa o un timón del Juan Sebastián Elcano, una campana rusa, bolas de cañón o una pazteca de madera. “Todo es de madera de iroco y tablero marino y las luces las encendemos con conectores auténticos de barco”, explica Pepe que, junto a su padre, muestran las entrañas de su cuidada ‘embarcación’.
Junto a su padre, cuentan la historia de las piezas que adornan cada parte del lugar. “El techo es un barco bocabajo con una canoa canadiense”, detalla Francisco Ruiz mientras su hijo explica que muchas personas se asoman solo para verlo, “como si fuera un museo”. Pepe señala el techo de otra sala similar a un camarote antes de continuar con el tour.
Timón de Roche presenta varios restaurantes en uno por las innumerables salas y rincones con encanto en los que se puede, desde beber una copa hasta darse un homenaje de atún, uno de los estandartes. Hay una “cueva pirata” y una terraza con acceso desde la playa desde la que tomarse un cóctel.
Pepe se conoce cada recoveco hasta llegar a la bodega, con 400 referencias y algunas botellas centenarias de colección. Según cuenta a lavozdelsur.es, el espacio ofrece numerosas posibilidades para eventos gastronómicos, showcooking y su tradicional ronqueo del atún. “Fuimos pioneros y llevamos 20 años con explicación y degustación”, comenta.
Precisamente, en una de las citas culinarias nació el que se ha convertido en uno de sus platos estrella llamado Gloria bendita. “Cuando vino Florencio Sánchez Adrián, campeón del mundo de corte de jamón, le pedí que cortara atún con cuchillo, parece un plato de jamón y lleva salsa de soja, aceite de oliva virgen, reducción de vino tinto y ajonjolí”, explica el regatista, que le nombró así en homenaje al evento donde surgió.
Con unas vistas a la playa, las familias, parejas y compañeros de trabajo ya han empezado a comer. “Aquí destacan los productos del mar, el pescado, marisco y arroces”, dice Antonio Barea, natural de Algar y afincado en Chiclana, que lleva una década como maitre. Este hostelero “desde pequeño” que estuvo muchos años en Peñíscola, en Valencia, se sumó al equipo en esta zona en la que “había trabajado poco”.
A bordo de este barco familiar, se pueden probar vieiras con kikos de wasabi, sésamo negro, mayonesa de kimchee, Sriracha, jengibre y esferificaciones de algas. También un original Trampantojo de mandarina con foie y mermelada casera de frambuesa. Tampoco puede faltar el producto del que hablan con orgullo, el atún, protagonista en el plato de tataki, sashimi, tartar y daditos picantes acompañados de salsa de soja con frutos secos, soja, salsa kimchee, jenjibre y wasabi.
La familia fue pionera en lograr la Q de calidad, un reconocimiento que, según comentan, les sirvió de mucha ayuda. “Ahora la tiene muchísima gente, pero al principio nada más que la teníamos nosotros en esta zona”, recuerda Pepe, que añade que “siempre estamos invirtiendo en el restaurante”. Una experiencia que va más allá del gusto.
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