Cádiz está lleno de historia en cada uno de sus rincones. Cádiz es un joyero lleno de sorpresa en cada esquina, escribió algún poeta callejero. Lo cierto es que basta dar un paseo para hallar un sinfín de riquezas patrimoniales a la vista y otras escondidas. Esto fue lo que le ocurrió al gerente de uno de los lugares con más encanto del casco antiguo gaditano.
Paseando por Candelaria o plaza Emilio Castelar, Cayetano de la Serna se encontró con un edificio en ruinas que parecía estar en obras, se asomó en su interior atraído por una extraña sensación y encontró todo una obra de arte en su interior. “Parecía que había caído una bomba dentro del local, todo estropeado y lleno de suciedad”, comenta el gerente del Café Royalty. Y es que lo que encontró era una historia encerrada entre “estanterías y paredes ocultas con papel”. Una historia que tuvo que descubrir con una labor de documentación, ya que solo se tenía constancia de que aquella esquina fue cerrada durante la Guerra Civil, que posteriormente asumió un bazar y un finalmente una ferretería. “Un amigo me mostró una publicidad de un periódico del año 1915, donde aparecía el nombre del Café Royalty”, fue así como se descubrió que aquel mugriento local guardaba un tesoro de un siglo.
Los objetos de decoración respetan la época del primigenio local. FOTO: MANU GARCÍA
Tras las creación de la nueva plaza de Emilio Castelar, se erigió un monumento en su nombre y entorno a este espacio se empezó a revitalizar esta zona del centro gaditano. En 1912 abrió sus puerta el antiguo y lujoso Café Royalty, inspirado en el romanticismo fue lugar de tránsito de literatos, artistas y músicos de la época, caso del insigne Manuel de Falla. “Cuando llegué las paredes estaban llenas de estanterías y los frescos estaban fue deteriorado”, así que la tarea de reconstrucción no iba a ser fácil. Ni el esfuerzo en la inversión, amén de la compra del propio local. Por ello, se pusieron las miras en expertos en restauración para que durante 18 meses se trabajar en recuperar aquella joya del principios de siglo XX.
“Los enseres y objetos de decoración lo compramos acorde con el entorno y la época, porque debía ser una reconstrucción lo más fiel posible”, comenta de la Serna que sabe que el lugar es tan mágico como histórico.
Calidad gastronómica
Si al lugar no le acompañas de buenos productos y buen servicio, estaba abocado a volver a desaparecer. Por ello, a la oferta de cafetería se le unió la gastronómica. Un restaurante de lujo con la mejor materia prima de la provincia, lo mejor de la tierra y el mar: retinto y atún. Un restaurante con atención personalizada y con pocos comensales para que la cena o el almuerzo no sean solo cenas y almuerzos –valga la redundancia-, sino que sea un espacio agradable y distendido en el tiempo. Productos de almadraba de Barbate, carnes de retinto de la Janda, pescados de la Bahía (lubinas, pargos, corvinas) o el novedoso plato de esta temporada un cuscús con alfalfa, cebolla y ‘crudités’, con salsas de pimiento rojo y verde. El ambiente selecto, el hilo musical y, por supuesto, la fantástica decoración transportan al visitante a aquél café que tenía a la familia Doreé como propietarios.
Uno de los platos de la carta.
Picatostes gaditanos.
Pero no solo de decoración vive el hombre, ni la mujer, ya que en lugar se puede degustar el tataki de atún rojo de almadraba, la cola de toro guisada con acelga, empedrado de patata y chantarela al romero. En definitiva, comida regional. Un negocio que está abierto doce o catorce horas al día y desde por la mañana hasta la cena tiene una oferta amplia, con hasta cinco cocineros y dos sumilleres trabando a destajo.
Entre sus exquisitas tartas austriacas, también destaca como postres una receta recuperada también para la ocasión, los denominados ‘picatostes’, siendo un pan bañando en una infusión de leche, azúcar y canela, que se fríe y que se puede acompañar de un espeso chocolate y café. La textura dura, aunque fina, de la parte externa contrasta con lo esponjoso de su interior, siendo una delicia con su dulzor correspondiente.
Decoración neobarroca
Entre la calle Obispo Urquinaona y la propia plaza de la Cadelaria, el restaurante luce con esplendor su patrimonio, con diversos estilos artísticos. Así de los interiores “destaca la decoración neobarroca que lucen muros, arcos, columnas y techos; las yeserías policromadas y cubiertas de pan de oro dibujando vegetales, molduras de espejos, pilastras con capiteles de orden corintio y galerías con motivos vegetales y angelotes”.
La fachada del Royalty. FOTO: MANU GARCÍA
La barra, incluso, es más antigua que el propio café, ya que pertenecía a una antigua farmacia de la ciudad datada del siglo XIX. En sus techos, destaca la decoración pictórica, enmarcada por yeserías. Sobresaliente es el caso del lienzo atribuido a la escuela de Felipe Abárzuza, afamado pintor gaditano de principios del siglo XX, que decoró pictóricamente espacios como el techo del Gran Teatro Falla, la capilla del Sagrario de San Antonio o la capilla del Hospital de Mujeres.
“El objetivo era que el que entrara se creyera que estaba en el Titanic”, se expresa orgulloso un Cayetano de la Serna que sabe que la joya que tiene entre las manos es un lugar único en Andalucía y que constituye una manera ejemplar de poner en valor el patrimonio histórico y cultural de Cádiz.
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