Nos trasladamos a los tiempos de Al-Ándalus, cuando el poder político se repartía entre califa y sus emires. Tiempos turbulentos para los que ostentaban demasiado poder porque no te podías fiar ni de tu sombra, como en el presente.
Ese califa de avanzada edad se llamaba Muḥammad y le faltaban aliados, pero le sobraban enemigos. No obstante, seguía siendo un hombre imponente y majestuoso, con una presencia que emanaba sabiduría y poder. Su cabello blanco como la nieve se derramaba sobre sus hombros y estaba peinado hacia atrás en una coleta baja, su barba blanca y tupida le caía hasta el pecho. Su rostro estaba arrugado por la edad, pero aún así, sus ojos oscuros, profundos y penetrantes, irradiaban una gran inteligencia y astucia.
Muḥammad vestía una ropa exquisitamente confeccionada con sedas y terciopelos de colores brillantes, adornados con bordados de oro y plata.
Llevaba una túnica larga y holgada que llegaba hasta sus pies, decorada con intrincados patrones geométricos y florales. Sobre su túnica, llevaba un abrigo rojo oscuro de mangas amplias y una capa larga y fluida de terciopelo negro que caía desde sus hombros hasta el suelo. La capa estaba bordada con hilos de oro y plata que formaban patrones intrincados que relucían al sol. Llevaba un turbante en el que estaba enroscado una cinta de color dorado que le daba un toque regio a su apariencia. En su dedo meñique de su mano izquierda, llevaba un anillo con una gran gema que reflejaba la luz del sol y centelleaba con cada uno de sus movimientos.
Muḥammad, con toda la humildad posible, aceptó una cena entre sus emires del sur de la península ibérica. Acudieron emires de la ciudad de Algeciras, Medina Sidonia, entre otros… Incluso, acudió Al Ḥakam II, el emir de Arcos de la Frontera, con el que tenía una mala relación. Pero todo parecía que cambiaría, puesto que la cena era una conspiración para acabar con la vida del califa y tener más autonomía en sus respectivos gobiernos.
Lo que los emires desconocían es que Muḥammad era consciente de la conspiración en su contra. Decidió acudir sin su guardia privada, apenas llevaba nada con lo que defenderse. Quería demostrar que no tenía miedo de sus enemigos y hacer ver quién tenía más valor.
Sin embargo, al acabar la cena Al Ḥakam II; entre otros emires; se levantaron desenfundando sus cimitarras para llevar a cabo la conspiración. Pero, sin que nadie se lo esperara, el emir de Medina Sidonia recordó que estaba prohibido derramar sangre según su religión con una persona que había confiado en su gente.
Lo único que se derramó esa noche fueron las cartas sobre la mesa, ya que toda sospecha; si quedaba alguna; había sido confirmadas. El final de la velada fue frío y cortante, habiendo pocos emires que mostraran todavía sus respetos al despedirse del califa.
Al Ḥakam II; el emir de Arcos de la Frontera; pese a su juventud era un hombre de apariencia imponente, con una estatura media y una constitución fuerte y atlética. Su piel era de tono medio, bronceada por el sol y con un ligero rubor en las mejillas. Su cabello oscuro y espeso caía en mechones sueltos sobre su frente, y estaba cortado en un estilo corto y práctico. Su barba, también oscura, estaba recortada en un estilo elegante y cuidado.
El emir de Arcos llevaba una túnica de seda fina, con mangas largas y abotonada en la parte delantera. La túnica era de color verde oscuro, bordada con hilos dorados y plata en un intrincado diseño floral. Sobre la túnica llevaba una chaqueta corta de cuero marrón, ajustada y adornada con cintas de oro. Sus pantalones eran de seda fina y estaban hechos en un color marrón claro, ajustados alrededor de los tobillos con una banda de tela de oro. En sus pies llevaba botas de cuero, también de color marrón, con punta redondeada y un pequeño tacón. En su cintura portaba una cimitarra; la que hacía unos minutos había desenfundado; con una empuñadura de oro y una hoja larga y afilada sujeta con una funda de cuero marrón oscuro. Asimismo, llevaba algunos anillos de oro y plata en los dedos de su mano derecha, y un collar de oro y jade alrededor de su cuello.
Pero lo más preciado para Al Ḥakam II no eran sus adornos, o ropajes, caros. Lo que más amaba en su vida era su joven Azahara, que la esperaba en su castillo de Arcos. Azahara era un motivo añadido en Al Ḥakam II para acabar con Muḥammad, ya que sabía que el califa quería arrebatársela aprovechando su estatus.
Lo que más le gustaba a Al Ḥakam II de Azahara era su sencillez y naturalidad. Solía vestir con un vestido largo y holgado de color blanco, hecho de telas finas y apenas sin ornamentar con bordados y joyas. Su cabello solía estar suelto, pero con elegancia. Su tez clara y luminosa lo embriagaba con sus ojos grandes y oscuros.
Ambos se reencontraron en Arcos y vivieron tranquilos durante un tiempo, hasta que un emisario le entregó a Al Ḥakam II una invitación del califa para que fuera a cenar en su palacio. Todos los emires declarados en rebeldía estaban invitados, parecía que el viejo Muḥammad quería negociar.
Sin embargo, el emir de Arcos llevó a su amante a una habitación de su castillo y la encerró con comida y agua para mantenerla segura mientras él estaba fuera por si todo fuese una trampa. La habitación tenía una pequeña ventana que daba a la parte del precipicio.
Muḥammad recibió a todos sus emires en su lujoso palacio sin aparente protección militar, con una enorme sonrisa y mucho afecto. Antes de la cena, propuso a todos sus invitados; incluído a Al Ḥakam II; que se tomaran una sauna. Sin embargo, pidió un momento al emir de Medina Sidonia que le resolviera unas dudas políticas, cosa que provocó que se quedara rezagado del resto.
La sauna resultó ser una trampa mortal, ya que todos los invitados murieron asfixiados, excepto el emir de Medina Sidonia, que jamás llegó a entrar por las supuestas dudas del anciano.
Muḥammad le confesó que como agradecimiento por la intervención que le salvó la vida, ahora le había salvado la suya. Además, le prometió que una vez que falleciera, heredaría su cargo.
Pero el castigo contra su mayor rival, Al Ḥakam II, no había acabado. Ahora iría a por lo que el califa se creía suyo, Azahara. Sin perder tiempo, y bien protegido por su guardia, cabalgó raudo hacia Arcos.
Mientras tanto, Azahara seguía encerrada en la habitación del castillo, sin saber lo que estaba pasando. Pasaron los días y su amante no volvió, así que decidió saltar al vacío desde la ventana de la habitación al ver que el que se aproximaba hacia su ciudad no era su amado, sino el califa.
Sorprendido, Muḥammad contempló la escena desde la distancia, pudiendo oír hasta el grito que emitió la joven. Ordenó buscar su cuerpo para poder darle sepultura dignamente, pero jamás apareció el cuerpo.
Otros testigos de Arcos afirmaron que el cuerpo jamás llegó al suelo porque vieron a Azahara transformarse en paloma para volar hasta el cielo y encontrarse con su amado emir.
El viejo de Muḥammad jamás pudo pasar una noche en el castillo de su vencido enemigo, ya que decía que al caer la noche, el espíritu de Azahara vagaba con su vestido blanco por los pasillos, atormentando su conciencia.
Y se cree, que a día de hoy aún lo hace. Pues, no hace muchos años atrás desde nuestro presente; durante una visita turística al castillo de Arcos; una niña cayó por la misma zona que saltó Azahar al vacío.
Todos temieron lo peor, pero milagrosamente sobrevivió. Según cuenta la niña, había salido ilesa gracias a que una señora vestida de blanco la había socorrido y acompañado hasta la mañana siguiente a una de las entradas de Arcos.
¿Seguirá Azahara rondando por sus aposentos ayudando a los demás?
Comentarios