Los fantasmas del Hospital Universitario de Puerto Real II - Los vestigios del sanatorio

Estas experiencias, si bien pueden parecer historias anecdóticas, abren un debate interesante sobre cómo los espacios donde hemos vivido momentos intensos –sean de sufrimiento, desesperanza, o incluso esperanza y alegría– parecen conservar una parte de esas emociones

Un laboratorio del Hospital de Puerto Real.
Un laboratorio del Hospital de Puerto Real.

El Hospital de Puerto Real es un centro de referencia en la Bahía de Cádiz, conocido por sus modernas instalaciones y su atención sanitaria integral. Sin embargo, hay una parte del hospital que parece mantenerse suspendida entre el presente y el pasado: la zona más antigua, la dedicada a salud mental. Esta área, que pertenecía a la estructura del antiguo sanatorio de tuberculosis, guarda una historia que muchos dicen se siente en sus paredes, como si las emociones vividas en el pasado se hubieran impregnado de manera indeleble. Este hospital, con sus pasillos que conectan distintas épocas, es un lugar en el que algunos trabajadores aseguran haber sentido más que solo el peso de su trabajo diario. 

La antigua zona del sanatorio, hoy destinada a salud mental, es un espacio que aún parece respirar otro tiempo. La tuberculosis, una enfermedad asociada a largos periodos de aislamiento y sufrimiento, dejó allí un eco de lo que alguna vez fue. Es imposible para cualquiera que conozca algo sobre la historia del hospital no notar cómo este pasado oscuro y doloroso todavía se percibe. Hay quienes creen que estos espacios, donde se vivió tanto dolor y aislamiento, guardan una especie de energía atrapada, un vestigio del sufrimiento y la desesperación que alguna vez se sintieron ahí. 

Muy cerca de esta área se encuentran el paritorio y la zona de neonato. Este contraste es en sí mismo una metáfora poderosa: junto al área que evoca recuerdos de muerte y enfermedad, está el lugar donde la vida comienza, donde los llantos de los recién nacidos marcan los primeros instantes de existencia. Pero a veces, el eco del pasado parece entremezclarse con el presente de una forma inquietante. 

Uno de los testimonios más impresionantes viene de una auxiliar de enfermería que trabajaba en la zona de neonato durante una noche tranquila. La zona, según recordaba, estaba vacía; ningún bebé había nacido o sido trasladado allí en ese momento. Sin embargo, en medio de la quietud de la guardia nocturna, escuchó un llanto claro y persistente que provenía de la sala de neonato. Intrigada y preocupada, acudió rápidamente a verificar, solo para encontrarse con la habitación completamente vacía, el silencio envolviendo el espacio donde, hacía apenas unos segundos, había jurado escuchar el llanto de un recién nacido. ¿Fue un error? ¿Un simple producto del cansancio? O quizás, una de esas energías que parecen adherirse a ciertos lugares, un eco del pasado. 

Otro evento extraño tuvo lugar en uno de los viejos pasillos del hospital. Una auxiliar estaba llevando a un neonato a su planta, poco después de que su madre hubiera dado a luz. Mientras empujaba la cuna a través de esos corredores antiguos, pasillos que aún conservan parte de la estructura del sanatorio y que ahora albergan habitaciones abandonadas que funcionan como trasteros, algo inesperado sucedió. De repente, el sonido de golpes claros comenzó a resonar desde dentro de esas habitaciones cerradas, como si alguien estuviera llamando desesperadamente desde el otro lado. La auxiliar, con el neonato en brazos, sintió cómo el frío de la inquietud se apoderaba de ella. ¿Acaso esos golpes provenían de algún elemento suelto, arrastrado por el viento o los caprichos de una vieja estructura? O, tal vez, eran otra señal de algo más profundo, de algo que se niega a abandonar esos pasillos oscuros y solitarios. 

Estas experiencias, si bien pueden parecer historias anecdóticas, abren un debate interesante sobre cómo los espacios donde hemos vivido momentos intensos –sean de sufrimiento, desesperanza, o incluso esperanza y alegría– parecen conservar una parte de esas emociones. La estructura del antiguo sanatorio de tuberculosis lleva consigo las huellas de una época en la que la ciencia luchaba por contener una enfermedad devastadora, y en la que los pacientes vivían en un aislamiento casi absoluto, a menudo lejos de sus familias y de cualquier rastro de normalidad. Estas huellas parecen haberse quedado en el aire, en los muros, o al menos en la memoria colectiva de los que ahora trabajan ahí. 

El hecho de que la zona de salud mental sea parte de la estructura más antigua puede influir en esa percepción de "energía residual". Este concepto no es nuevo; ya desde tiempos inmemoriales se ha creído que ciertos lugares guardan ecos del pasado, que la energía de las experiencias humanas se puede impregnar en el ambiente. Lo interesante aquí es cómo el personal, quienes son personas formadas para actuar bajo el rigor de la ciencia, también se ven, a veces, enfrentados a lo inexplicable, a lo que trasciende la razón y lo tangible. 

Es posible que estas historias nunca se lleguen a comprobar de manera definitiva, y tal vez sea mejor así. En el hospital de Puerto Real, donde se cruzan las vidas de tantas personas en momentos cruciales, donde se lucha por la vida o se enfrenta la muerte, es normal pensar que los límites entre lo físico y lo intangible, entre lo racional y lo inexplicable, se difuminen. Los ecos de la historia, las emociones atrapadas, y los fantasmas de un pasado lleno de sufrimiento parecen estar siempre presentes, recordándonos que el trabajo en un hospital no solo implica tratar el cuerpo, sino también enfrentar la compleja y, a veces, inquietante dimensión humana. 

Estos relatos, lejos de ser solo anécdotas curiosas, nos hacen reflexionar sobre la naturaleza de los lugares que han sido escenario de tantas emociones intensas y profundas. Quizás nunca sepamos si esos llantos y golpes son producto del azar, del cansancio, o de algo más. Pero mientras el hospital siga en pie, la convivencia entre el pasado y el presente continuará, y los ecos de aquellos tiempos seguirán susurrando en sus viejos pasillos, recordándonos que hay mucho más en la historia de un lugar, de lo que se ve a simple vista. 

Richard Stine.

Sobre el autor:

Antonio S. Jiménez

Antonio S. Jiménez

Investigador paranormal. Miembro del TCI. Autor de 'San Fernando paranormal' y 'Enigmas en la provincia de Cádiz'

...saber más sobre el autor

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído